incepto tantummodo opus est

martes, 2 de octubre de 2012

Promesas

Siempre he tenido cuidado al hacer promesas.
A pesar de lo que quienes me conocen, puedan pensar, no reparto promesas a diestra y siniestra. Sólo una que viene en automático cuando me conocen: la amistad incondicional. Y he aprendido a punta de golpes emocionales, que también la tengo que guardar.
Las promesas, la mayoría, resultan ser mas impulsivas, viscerales que razonadas. Y de ahi el que, para las alturas de ésta vida, sean cada vez mas común catalogarlas como palabreria.
Los conceptos que se prometen varian tanto como varian las personas y sus prioridades; pueden ir desde juguetes para un niño o dejar de comer carbohidratos compuestos. Dejar de beber en exceso o llegar temprano. Puede ser no volver a pronunciar un nombre o puede ser guardar un secreto. Puede ser una tonteria, puede ser algo de vital importancia. Todo depende de quién haga las promesas. Y, para mi, algo más importante, es, el hecho que importa, lo profundo del asunto es el mismo en sí: prometer.
Y no debe ser cualquier cosa, no deben ser palabras al viento o tinta base agua en papel. Las promesas son partes de uno, parte del corazón, del cerebro, de la pasión y de la sangre. Son palabras tatuadas, tinta indeleble. Son pedazos de alma.
Por eso hay que tener cuidado de lo que se promete. Y a quién se le hacen las promesas.
Éste fin de semana he prometido, he comprometido mi palabra y no es cualquier cosa. Cada promesa, cada palabra ha sido dicha y escrita de forma partícular y única. No podría ser de otra forma, las promesas se le hacen sólo a alguien especial. Y espero no las desestime.  
No he prometido dejar de fumar o votos de castidad y mucho menos amor eterno adolescente. Lo que he prometido son conceptos sin tiempo y llevan de por medio mi esencia como persona, como mujer. Lealtad, valor, acción y congruencia. He prometido ser alguién que, a pesar de no entrar en ninguno de sus estándares, vale la pena tener y presumir en su vida.